Agradezco a DIOS un año más de vida…

Por: BENJAMÍN BOJÓRQUEZ OLEA.

Hay cumpleaños que no se celebran: se sobreviven. No llegan con globos, llegan con memoria. No traen ruido, traen silencio. Y ese silencio —cuando has estado cerca de perderlo todo— pesa más que cualquier canción.

Cumplir años después de haber mirado de frente a la fragilidad no es sumar velas: es contar milagros. Es saber que sigues aquí no por casualidad, sino por una combinación sagrada de ciencia, fe y voluntad. Dios permitió que la medicina hiciera su parte, pero el alma hizo la suya: resistir.

Este cumpleaños no es una meta, es un resorte. Un impulso invisible que te recuerda que sigues vivo porque todavía hay algo que amar, algo que sanar y algo que perdonar.

Aprendí —a veces con dolor, a veces con lágrimas— que no todos los que se acercan saben sostener. Algunos abrazan de verdad; otros solo observan con sonrisa dulce mientras te rompes. La vida, cuando aprieta, te revela con crudeza quién se queda cuando no eres útil, quién no te suelta cuando ya no brillas.

De niño, esta fecha era un ritual casi perfecto: los dulces, los regalos, la coreografía exacta del amor familiar. Mi madre dirigiendo el orden con silencios que enseñaban más que mil palabras. Mi padre, con ese abrazo callado que nunca explicó nada, pero lo sostuvo todo. Era una fiesta, sí… pero también una lección temprana de disciplina, carácter y resistencia.

Después llegó el diagnóstico. Frío. Clínico. Incuestionable. Y con él, una verdad que no enseñan en ninguna escuela: la vida no se discute, se cuida. Desde entonces entendí que no vale la pena convencer a nadie de nada. Si alguien dice que la farmacia vende limones, le creo. No por rendición, sino por sabiduría. Porque gastar energía en discusiones estériles es robarle oxígeno al alma.

Dejé de alimentar el drama ajeno y empecé a invertir en algo mucho más valioso: mi silencio, mi calma, mi paz. Descubrí que la tranquilidad pesa más que cualquier argumento ganado.

Hoy, este 17 de Diciembre, en este nuevo giro alrededor del sol, no pido grandes cosas. Le pido a Dios que la paz que hoy habita en mí no se fracture mañana. Que permanezca intacta, firme, protegida de todo lo que no suma. Porque entendí algo esencial: la salud es el primer lujo de la vida. Sin ella, ni el oro más puro tiene valor. Solo quien la pierde comprende su grandeza.

La paz no se compra ni se presume. Es dormir sin miedo, perdonar sin rencor, vivir ligero. Sin paz, incluso la abundancia se vuelve carga y el corazón termina exhausto. La sabiduría no es saberlo todo, sino entender cuándo callar, cuándo hablar y cuándo esperar. Dios bendice a quien piensa con fe y siente con humildad. La familia sigue siendo tu principal refugio. No importa cuánto se tenga: si no hay a quién abrazar, la pobreza es absoluta. Y la fe… la fe es la raíz de todo. Cuando la fe habita en el alma, el miedo se retira en silencio y la esperanza florece sin pedir permiso. Dios no promete lujos materiales; promete algo más profundo: sentido, fuerza y eternidad.

UN AÑO MÁS:

Hoy cumplo años. Y no celebro el tiempo que pasó. Agradezco el tiempo que aún insiste en quedarse. Porque mientras haya fe, salud y paz, vivir —a pesar de todo— sigue valiendo la pena.

Si cierran la puerta, apaguen la luz

Nos vemos mañana

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