Sheinbaum se reposiciona.

Por: JOSÉ BUENDÍA HEGEWISCH.

La respuesta con que Sheinbaum desestimó un regreso de López Obrador es el mensaje más importante respecto a su reaparición en la plaza pública. Su contestación fue un: gracias, lo queremos mucho, pero es innecesario interrumpir su retiro desde que dejó el poder hace un año.

En una fecha cargada de simbolismo por el 7° aniversario de la 4T en el poder, el destinatario del mensaje político apunta a los fieles que en Morena añoran su vuelta al escenario y disienten de la mandataria. Pero la afirmación contundente es encabezar la movilización con el liderazgo de la Presidencia en una plaza antes copada por su mentor; y ahora ausente, como aquel personaje de El otoño del patriarca, aunque sin que nadie le dispute su papel como fundador de su movimiento. La Presidenta es percibida como la que manda, y eso es lo que cuenta, al menos para desaire de la idea de prestarse a un Maximato o parapetarse frente a Trump en su primer cara a cara.

¿Apoyo o desafío?, en eso se debate la opinión publicada entre filias y fobias de la polarización, que López Obrador enseñó para diferenciarse, apuntalar liderazgos y encender el fervor de las bases. Pero lejos de la expectación que causaría, como las cosas que vuelan en lo impredecible de la política, la réplica de Sheinbaum calmó las aguas; hizo que el temido evento se diluyera con una renovación de votos de la primera “obradorista”, como se asume, desde recibir el poder presidencial. El revuelo que se auguraba acabó siendo agua de borrajas, sin la relevancia dada por la idea de que Sheinbaum encabeza una Presidencia débil que amenaza su antecesor. La turbación del segundo vuelo que dan las aves no fue el salto del gallo asestando el espolón sin usar el pico, no obstante advertir con respiración hiperventilada graves escenarios de crisis política que lo harían regresar: un ataque a la soberanía, a la democracia o un golpe de Estado.

Escenarios que Sheinbaum no ve en el horizonte, pero en que paradójicamente llegan a coincidir López Obrador y sus adversarios. El primero para enviar un mensaje de unidad a su movimiento cuando sufre un rápido desgaste por escándalos de corrupción, lujos y privilegios, donde afloran divisiones en investigaciones de negocios turbios como el huachicol. Y a los segundos para mostrar con su presencia que no hay rompimiento, como piden opositores a Sheinbaum en prueba de su autonomía.

El pasaje denota que los opositores han dedicado demasiado tiempo a azuzar con el fantasma de López Obrador y en augurios de la caída de la 4T que no llega, aunque sí haya perdido el “teflón” a la crítica y crezcan sus negativos en la percepción pública; ahí puede buscarse una pista del receso democrático por una oposición que apuesta a desbancar al oficialismo a golpes mediáticos sin construir alternativas para reequilibrar el poder. Prueba de ello es que Sheinbaum ha amasado mucho más poder del que en su momento tuvo su antecesor, con el control de los tres Poderes, 22 gubernaturas de Morena y, ahora, intervención directa en la FGR. En su primer año consolidó su liderazgo y abrió camino a su equipo en áreas neurálgicas que ocupaban cercanos al círculo obradorista en las finanzas públicas, seguridad, la Judicatura y aparatos de inteligencia; y arreglos de reparto del poder para amansar a los líderes en el Congreso, aun al costo de la factura de su mala imagen pública para su gobierno.

En efecto, el ejercicio del gobierno le ha restado puntos en las encuestas, sobre todo por percibirse que no hace lo suficiente contra la corrupción, menos la de su partido; o desenterrar el hacha polarizadora contra opositores como payasos de las cachetadas para distraer a la audiencia ante movimientos de indignados por crímenes atroces como el de Manzo o las protestas de jóvenes, transportistas y del campo. Pero una cosa es creer que es una Presidenta débil y otra decir que está más fuerte que nunca, como exclama ella. El complejo panorama económico la obligó a aceptar que necesitaba de la élite empresarial y defender la negociación del T-MEC con Trump; pero el diálogo no ha sido la marca de la casa con aliados del campo o los jóvenes, aunque diga que están con la 4T. Y recalar en la denuncia de campañas sucias nacionales y extranjeras, como leerían alas radicales los problemas reales, es camino seguro para elevar la temperatura social.

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