El Intervencionismo de Trump.

Por: JOSÉ BUENDÍA HEGEWISCH.

La paz en la región está amenazada por el intervencionismo de Trump, que hace del poderío militar una sofocante herramienta de coacción con que obligar a acatar sus designios. Sin embargo, su campaña militarista para obtener objetivos políticos con ataques a presuntos narcos en el Caribe o su advertencia de ampliarla a México también le cierra otras salidas al uso de la fuerza por crecer el riesgo de una derrota a su estrategia. Si hubiese cumplido sus amenazas desde que nombró a los cárteles terroristas y lanzó su guerra contra la droga, ya algunos países habrían sido invadidos; al menos atacados en operaciones terrestres o de drones, como está a punto de concretar en Venezuela.

El objetivo de borrar los cárteles de la faz de la Tierra no sólo se ve lejano, sino que sigue un camino errado. Sus ataques contra pequeñas embarcaciones en el Caribe para forzar la dimisión de Maduro o la advertencia de medidas “adicionales” contra México son tan innecesarias como ineficaces. Pero, paradójicamente, fallar en sus objetivos aumenta los potenciales riesgos para la paz porque una derrota de su estrategia es lo único que su ego no podría soportar; menos desde el sótano de su popularidad y cuando necesita mantener vivo el apoyo de sus bases como principal capital político.

Los mensajes repetidos del secretario de Guerra, Pete Hegseth, en sus anuncios en X sobre agresiones kinésicas para limpiar rutas marítimas en el Caribe contra 14 pequeñas lanchas que dice trafican droga son poco creíbles para servir de prueba de represión contra los cárteles, al igual que a Al Qaeda; o de estar frente a un “conflicto armado no internacional”, como se excusa para rechazar ejecuciones extrajudiciales que cobran ya 83 vidas. Es que acaso esos fuegos artificiales o petardos en el Caribe son suficiente evidencia para justificar el mayor despliegue militar en la región desde la Guerra Fría, y sostener el altísimo costo de desplazar sus mayores acorazados para aterrorizar a Maduro y atacar un problema para el que bastaría la Guardia Costera.

Las agresiones de Trump de comparar a los cárteles con Al Qaeda o Isis, llamar a Petro jefe del narco colombiano o referirse a México como “narcoestado”, no son sólo una narrativa, ponen en duda el futuro para la paz. Sobre todo, porque la política de fuerza unilateral contra sus pares socava la confianza y colaboración antidroga. El caso de México es ejemplo de que la colaboración en operaciones e inteligencia ha dado resultados mucho más significativos que la dependencia de los recursos militares. Y, aunque reconoce un nivel histórico de cooperación con Sheinbaum, mantiene el enfoque con el discurso de que el país está controlado por cárteles.

Pero la pregunta es ¿si Trump lleva el intervencionismo estadunidense a otro nivel, del que incluso pudiera perder control? Evidentemente, su mejor opción sería proclamar victoria sobre Maduro, o que México corra por su ayuda para exterminar a los cárteles en una guerra interna. Tendría la evidencia de que su estrategia funciona y ofrecerla como tributo a su electorado. En ausencia de esos desenlaces, el mayor riesgo es la respuesta de Trump dentro del cerco de una campaña militar en la que él mismo encerró su política hacia AL. La idea popular que se atribuye a Buda “en una guerra de egos, el que pierde siempre gana” para convencer de una conducta que es capaz de retirarse de un discurso o conflicto sin importar la victoria, fortalecería a Trump. Porque demostraría tener capacidad de autocontrol y menor ego. Pero difícilmente lo creerá así quien sólo piensa en obtener su victoria así sea perdiendo.

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