Por: ALMAS DE LA CALLE.

Ninguno de los dos pidió nacer en la calle. Ninguno eligió el abandono. No saben de crueldad humana, pero la han vivido en carne, en hueso, en alma.
Él …el perro… ha sido golpeado, pateado, echado a gritos. Sabe lo que es tener hambre, sabe lo que es dormir mojado, sabe lo que es buscar con esperanza… y no encontrar nada.
El otro …el gatito… apenas empieza a conocer este mundo roto. Tiene frío, miedo, y esa mirada de los que ya aprendieron a sobrevivir… aún sin saber cómo.
Y sin embargo, en medio de la noche, entre luces lejanas, basura y asfalto, se encontraron.
No se preguntaron si eran distintos. No analizaron especies. No midieron ventajas. No huyeron.
Se miraron. Y se eligieron.
Porque cuando todo te falta, lo poco que das tiene más valor que cualquier lujo.
Y allí, en esa acera sucia donde nadie se detiene, nació una familia. Una promesa muda. Un pacto sagrado entre los desechados del mundo.
Él no lo dijo, pero lo pensó: “Mientras yo respire… nadie te tocará.”
Y el pequeño, temblando, supo… que no estaba solo.
¿Y tú, humano, con tu cama limpia y tus ojos llenos de pantallas… con tu alacena llena, tu tiempo libre y tu corazón tibio… ¿qué haces mientras ellos sobreviven?
Ellos aman en medio del dolor. Protegen sin nada. Son leales en el infierno.
Y tú, con todo… ¿aún crees que no puedes hacer algo?
Si no puedes adoptarlos a todos, adopta a uno. Si no puedes rescatarlos a todos, rescata a uno. Si no puedes cambiar el mundo… cambia el de ellos.
Porque si los más olvidados aún saben amar, ¿Cuál es tu excusa?
Rescata. Ama. Despierta. No esperes a que ellos mueran para entender lo que vale una vida.






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