Por: LUIS PRENDES.

El 31 de octubre de 1517, un monje alemán llamado Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, desafiando las prácticas de la Iglesia Católica. Este acto audaz no solo desencadenó la Reforma Protestante, sino que también allanó el camino para algo inesperado: el surgimiento de la ciencia moderna.

La Reforma promovió la alfabetización y el acceso al conocimiento, inspirando a las personas a cuestionar la autoridad y buscar la verdad por sí mismas. Este espíritu crítico alentó a científicos como Copérnico, Galileo y Newton a investigar las leyes del universo, convencidos de que al comprender la creación, se acercaban más al Creador.

Isaac Newton, una de las mentes más brillantes de la historia, era un devoto cristiano que veía sus descubrimientos como una revelación del diseño divino en la naturaleza. De hecho, escribió más sobre teología que sobre física. Este fundamento de fe en un universo ordenado impulsó el desarrollo de la ciencia tal como la conocemos hoy.

Hoy, recordamos el 31 de octubre no solo como un hito en la religión, sino como el inicio de una tradición de búsqueda científica inspirada por la fe. La ciencia y la teología, lejos de estar en conflicto, se entrelazan en esta búsqueda de la verdad.

Deja un comentario

Tendencias